Por Natalia Blanc. Autor y director artístico del Centro Cultural de la Cooperación, Juano Villafañe tiene una obra en cartel y prepara un libro con textos propios y de sus padres, Javier Villafañe y Elba Fábregas.


«La casa de mi infancia estaba ubicada dentro de un teatro. Era un espacio renacentista repleto de títeres, libros, pinturas, instrumentos musicales, fotografías. Tenía un estudio de artes plásticas, un taller y un teatro para seis espectadores. Después de cada función, los invitados se reunían para conversar y leer poesía. El ritual de la poesía era fundamental: había que ofrecerle el mayor de los respetos y el mayor de los silencios. Como niño y como adolescente tuve la oportunidad de conocer a Enrique Molina, Olga Orozco, Miguel Ángel Asturias, Antonio Berni, Emilio Petorutti y otros artistas de la época que venían a los encuentros organizados por mis padres, Elba Fábregas y Javier Villafañe.»

Con estas palabras, Juano Villafañe recuerda una etapa de su vida que considera mágica y que lo impulsó, tiempo después, a dejar a un lado la carrera técnica que había elegido al terminar el secundario para volcarse a los estudios culturales. El escritor y director artístico del Centro Cultural de la Cooperación, que en 2012 cumplirá 60 años y 45 de actividad cultural, prepara un libro que reunirá los poemas de su madre, la obra completa de su padre y un título propio, Reconstrucción de la mañana.

«Quiero rendir homenaje a mi familia con la edición de los tres libros, que saldrán en un solo volumen a mediados del año próximo –cuenta Villafañe–. Es una suerte de álbum familiar, que incluirá el poemario Piedra demente, de Elba Fábregas. Con prólogo de Pablo Neruda, el único libro que publicó mi madre se presentó en Santiago de Chile en 1955, en el cumpleaños del poeta chileno. La primera edición salió por la editorial La Andariega, el sello con el que mi padre difundía la poesía.»

La Andariega era también el nombre de un viejo carromato con el que Elba y Javier recorrían los pueblos para presentar sus espectáculos. «Ellos eran actores, directores, músicos, escribían poesía y textos dramáticos. Hacían teatro itinerante, pintaban y construían títeres y muñecos. Eran artistas renacentistas», dice Juano.

–¿Cómo veía ese mundo de niño?

–Era muy impactante. La casa era de un barroco espectacular, había títeres e instrumentos por todos lados. Cuando mis padres hacían funciones en el parque para algún cumpleaños o festejo, se llenaba de chicos del barrio. Hoy se ha perdido aquella condición renacentista. El teatro de títeres ambulatorio fue como una especie de cámara mágica que distribuía mensajes por cada pueblo. Ahora Internet representa esa cámara. En ese sentido, la distribución de las metáforas se ha multiplicado. Pero el poder afectivo del presente, el contacto directo con el público, el cuerpo a cuerpo, es irreemplazable.

A los 14, 15 años, Villafañe era el encargado de mantener el teatro familiar y prepararlo para las funciones. Estudiaba guitarra y, de vez en cuando, hacía recitales de música y canto. Ya escribía poesía.

–¿Cuándo decidió seguir el camino de sus padres?

–Hay una tensión original que establece el destino y después uno lo confronta o lo cultiva. Es una puja interior permanente. Yo estudié ingeniería. Pero sentía la necesidad de contar historias con metáforas, símbolos, imágenes.

Entre los 18 y los 20, Juano Villlafañe integró el taller literario Mario Jorge de Lellis. De allí surgió el grupo autodenominado Los Poetas de Mascaró, que integraban Villafañe, Luis Eduardo Alonso, Leonor García Hernando, Sergio Kisielewsky y Nora Perusín. «Nos conocimos a principios de 1970 en el taller, que fue uno de los pioneros en desarrollar el oficio literario. En la camada anterior estaban Marcelo Cohen, Irene Gruss, Daniel Freidemberg, Guillermo Boido, Liliana Heker, Abelardo Castillo. Uno de los coordinadores fue Jorge Aulicino. Siempre cultivamos una gran diversidad en relación con lo poético. No existía una programática o una estética que unificara, aunque había algunas dominantes, como cierto coloquialismo, poesía social, de ámbitos porteños. Mi grupo se mantuvo hasta 1976, cuando se produjo el golpe militar. El taller se disolvió por una cuestión de seguridad, aunque luego tres integrantes fueron desaparecidos: María Elena San Martín, Claudio Ostrej y Claudio Valetti, todos muy jóvenes. Los demás nos sentimos parte de los ‘que se salvaron’ y vivimos en la apertura democrática el drama nacional de los desaparecidos que García Hernando definió como ‘la muerte argentina’», cuenta Villafañe.

En 1985, los integrantes del grupo fundaron la revista literaria Mascaró en homenaje al escritor Haroldo Conti, a su novela Mascaró, el cazador americano y a los compañeros desaparecidos. «Existía una deuda pendiente relacionada con la memoria y lo que fue para nosotros el quehacer poético, que estuvo muy asociado con la vida, la producción poética nacional, la diversidad de voces y tradiciones –explica–. La revista le dio espacio al debate alrededor de la poesía que existió en los años 80 entre neorrománticos, neobarrocos y experimentalistas. Un debate, según mi opinión, que abordó demasiado el tema de las estéticas y las tensiones entre los grupos y descuidó la lectura de los propios textos.»

En el primer número de la revista publicaron «A la diestra», un cuento inédito de Conti. «Era un texto que había quedado en su máquina de escribir el día que lo secuestraron. Luego, en los primeros años de la democracia, fuimos los primeros en publicar poemas inéditos de Juan Gelman», continúa el escritor, que participó en la publicación hasta su cierre en 1988.

Este año, a modo de homenaje a aquel grupo, Villafañe impulsó el espectáculo Los Poetas de Mascaró, que se presenta en el Centro Cultural de la Cooperación desde junio, todos los sábados a las 18. Con una puesta sencilla, que busca crear un clima íntimo, ideal para el ritual de la poesía, Alejandro Awada, Patricio Contreras, Leonor Manso, Ingrid Pelicori, Elena Tasisto y Claudia Tomás, acompañados por el músico Benito Grande, leen fragmentos de textos como Sudestada, de Alonso; El cansancio de los materiales, de García Hernando; Electrificar Rusia, de Kisielewsky; Los soles oblicuos, de Perusín, y Una leona entra en el mar, de Villafañe.

«La propuesta es recorrer la escritura como memoria de una generación literaria que vivió su experiencia poética principal entre las décadas del 70 y 80. Es una obra que ofrece vivir la poesía en las historias de las imágenes, de los escritores, del país –define el autor–. Los Poetas de Mascaró denota lo que fue la asfixia de la dictadura y el resurgimiento posterior. Éramos conscientes de que con la poesía no íbamos a cambiar el mundo, pero el estado poético se parecía mucho al cambio que queríamos producir. El grupo alcanzó una gran diversidad de voces y pudo superar ese proceso de silencio que vivió el país. La obra rescata esa pluralidad de voces para hablar de un acontecimiento que vivimos todos, expresado de distintas formas estéticas.»

–¿Cómo armaron la estructura del espectáculo?

–Ingrid Pelicori y Leonor Manso crearon un relato, una dramaturgia, a partir de unos quince títulos, que cuentan el proceso que vivió el país entre 1976 y 1982 y, luego, durante la posdictadura. Ellas tuvieron la virtud de resolver la puesta desde la tradición más remota del teatro, en la que la ceremonia de la palabra permite un ritual: establecer un vínculo con el espectador y conquistar el silencio. Lo que sucede en escena es el producto del compromiso de los actores con los textos. Quien no conoce la historia puede dejarse llevar por las palabras. Es una suma de micropoéticas, de subjetividades; no hay un relato cerrado. Es un acontecimiento único.

Director del espacio cultural Liberarte entre 1987 y 2002, Villafañe ha publicado los libros de poesía Poemas anteriores (1982), Visión retrospectiva de la botella (1987), Una leona entra en el mar (2000) y Reconstrucción de la mañana (2006). Además, compiló los cuentos que integran La narrativa erótica latinoamericana (1992) y dos selecciones sobre la nueva poesía argentina, tituladas Poetas. Autores argentinos de Fin de Siglo I y II (1994 y 1997). Desde 2001, está a cargo de la dirección artística del Centro Cultural de la Cooperación, donde ha creado los departamentos de teatro, música, artes audiovisuales, varieté, danza, títeres y espectáculos para niños y el Área de Políticas Culturales.

–El centro no es un organismo oficial ni privado. Tampoco pertenece al circuito off. ¿Qué lugar ocupa hoy como institución cultural?

–Somos un centro de las artes, las letras y las ciencias sociales. Investigamos, experimentamos y producimos imágenes y metáforas y, además, damos lugar a una amplia cartelera de espectáculos. Nos interesa atender el impacto de las poéticas en la sociedad, la circulación del pensamiento crítico, y también, replantearnos nuevas bases de conocimiento y nuevas categorías para interpretar el estado de la cultura, de la sociedad, del arte. En ese sentido, somos un laboratorio cultural.

Funciones. Los Poetas de Mascaró , espectáculo que Villafañe llevó a la escena del Centro Cultural de la Cooperación (Av. Corrientes 1543), se presenta los sábados a las 18, en la Sala González Tuñón


Extraído de la sección ADN Cultura del diario La Nación. 30/09/11